El nueve nueve nueve (999) permanece sentado en la acera. Hoy le he
llevado un poco de agua y algo de comer.
Con su expresión de amor ha indicado: Mi
alimento es la responsabilidad hacia la literatura.
Las huecas palabras resuenan
en la cabeza mientras vuelvo a la cocina con el agua y los melocotones.
Leo a Propercio y escucho en
audio libros el Manual de vida de Epicteto.
Estoy intranquilo. Sultán
murió hace años y las arañas se esconden en todos los rincones de casa. De
pronto salgo por la puerta con premura y acudo al indolente. Le pregunto qué
hace ahí, cuánto tiempo va a permanecer en la acera.
El 999 sonríe. No deja de
hacerlo. Su mirada transmite una extraña paz, como un desasosiego. Respiro y
observo su calva y sus manos pacíficas.
Me molesta el silencio de
los indolentes. Hacía tiempo que no lo soportaba y comienzo a arrancarme
algunos pelos de la barba.
Vuelvo a preguntarle sus
motivos, él sigue con la sonrisa y la tranquilidad.
De pronto, cuando volvía por
el porche, sentí un pinchazo abrumador en la cabeza. Las manos acudieron a ella
para sujetarla y di media vuelta. El indolente me hablaba en su idioma mental.
Respiro. Lo hago muy
lentamente. Sentado en el sofá del salón fumo un cigarro lentamente. Saboreo el
sentido común y la disciplina del tabaco.
El 999 aguarda el
acontecimiento. Permanecerá allí hasta esperar que ocurra. Dice que no tiene
prisas.