Mis amigos
me llaman. ¡Solo ven a un pobre y humilde pajarillo! ¡Un pájaro en la acera con
cara de indolente pero con visión de ocurrencia! ¿Es cierto? No hay pájaro
alguno, existe un indolente, el 999, sin pelo y con desgana, con el rostro cansado
pero habitando en la perseverancia.
El trato con
los indolentes y sus mensajes me llevan a la duda. Dudar al fin y cabo es tan humano
como el hecho de proceder. La conjunción armónica que busca el espacio de
revelación, la ética y la estética.
Paso la
tarde con Juanjo. Del vulgar supermercado donde acopiar viandas a la terraza
del café donde pregunta y consulta las últimas informaciones. No hay nada
nuevo. El faro Camarinal se ha encendido hoy a su hora y los turistas pasean
por el camino asfaltado donde apenas se descubre el desvelo.
Desea saber
por el acontecimiento. Debo reconocer que la primera vez que escuché a un
indolente mentalmente, el acontecimiento se transformo en incidente. De ahí que
lo desee pero que le tema. La misma sensación que el día que Sultán murió entre
mis brazos.
La calle es
la disputa, la impresión del acto, la premeditación. Sin duda no existe la
verdad, y la duda es el caos. Cantante
china, deseo ser una cantante china, con hecho y maleficio. Envejecemos sin
vida. Somos los mismos y también somos diferentes.
El indolente
número 999 es un ser extraño. Permanece en la acera, lo observa todo, cuando
salgo hacia el faro me persigue, pero no dice nada.
Juanjo sigue
consultando y le respondo entre líneas. No debemos comunicar la realidad en la
primera conversación. Hay que esperar a que llegue la armonía y todo lo sustente.
Hay que tener paciencia. Doy pistas, solo doy pistas.
Espero el acontecimiento
como quien espera un incidente.