Confundo al
indolente número 999 con el 666, ambos son parecidos, guardan las mismas
distancias y presumen de su cordialidad y paciencia.
Los primeros
signos de violencia, antes de que tuviera lugar el acontecimiento o incidente,
fue provocado por el indolente número 88. A las puertas del faro Camarinal un
día ocurrió una disputa inexplicable. Aguardaban en la puerta los indolentes
13, 666 y 999. Por la escalera de rocas, junto al faro, apareció el indolente
número 88. La expresión de su rostro estaba desencajada. Miró fijamente a sus
compañeros y corrió sobre ellos de forma violenta.
Se
defendieron, no hizo falta acudir a las manos. El indolente número 88 se tapó
los oídos y cayó al suelo de forma fulminante. No pude entender nada. Ni la
actuación desconcertante del número 88, ni la energía que transmitían los otros
indolentes hacia el que hasta ahora era su compañero.
Lo dejaron inerte
a las puertas del faro. Volvieron a entrar en su recinto. Permanecí mirándolo
unos segundos pero el cuerpo desapareció. Dejó de estar mientras dejaba de ser.
Taché esa noche el número 88 de mi cuaderno. Suponía que vendrían otros que le
sustituiría, pero no fue así.
Poco a poco
los indolentes iban dejando de estar. Todos los días tachaba algún número del
registro que mantenía abierto.
Soñaba con
el acontecimiento, con un incidente desconocido que no tardaría en llegar.
Hablaba a los libros de Platón y de Parra, intentaba descubrir pero nunca
encontraba explicación.
Me acerqué a
la puerta del porche y allí seguía el indolente número 999.