Son numerosas las manifestaciones artísticas que han
promulgado el amor como fuente de vida, como solicitud de entendimiento mutuo
entre parejas. Pero resultaron mucho más visibles a nuestros sentidos las
obras pictóricas o los textos literarios
que, sobre las relaciones sexuales, se han creado a lo largo de la historia.
En una sociedad actual, donde el tiempo supone una necesidad
y un espacio, donde el vacío y la monotonía rugen como motores de explosión sin
válvulas, se precisa a veces de un refugio, un lugar de encuentro diferente. La
magia, la fantasía o la sorpresa representan el equilibrio entre la realidad y
el deseo. El sueño puede hacerse real y cuanto percibimos debe enriquecerse en
un espacio íntimo y concreto.
Muchas veces hemos citado a Groucho Marx y a su frase ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir
sexo? Las cosas por su nombre. Y aquel concepto nacido en Japón en el
periodo Edo (siglos XVII a XIX) y consolidado a finales de los años cincuenta
se ha enriquecido con la propia experiencia occidental (Love Hotel).
Hay jóvenes hoy día que no disponen de un espacio físico para
soñar, para buscar la magia y la complicidad en los encuentros íntimos y
verdaderos. También las parejas que desean apartarse de la rutina, de la propia
familia, el sueño suele ser más verdadero en un espacio con todo lujo de
comodidades para la fantasía. O los amantes que desean intimidad y discreción.
La cultura japonesa nos ha enseñado en este campo sobre todo
el concepto de la claridad, del hallazgo de las cosas que han de ser
disfrutadas. El poeta romántico alemán Novalis nos dejó escrito Buscamos por todas partes lo infinito y no
encontramos sino cosas. El ser humano posee esa curiosidad innata que
enriquece su propia pasión, su desenfreno. Decía Woody Allen El sexo sin amor es una experiencia vacía.
Pero como experiencia es una de las mejores.
Si el sexo es una
trampa de la naturaleza para no extinguirse, como indicaba Nietzsche, el
espacio es el artificio ajeno a las apariencias. En España existen este tipo de
establecimientos, fundamentados en esa idea de los Love Hotel, pero más cercanos a los Fashion Hotel británicos (el diseño, la cultura anglosajona, los
nuevos conceptos tecnológicos). La Vie en Rose es uno de ellos. Seguro que
Nietzsche caería en su propia trampa.