Libre de la tormenta comienza en el capítulo 19,
que es el 1. Y prosigue en el 11, que es el 2. A partir de ese momento debe
buscarse el orden de los números naturales. Siempre del 1 al 9. En once series
completas. Después permanecen intactos cuatro capítulos que no figuran en las
once series. Esos cuatro textos viajan de manera individual y con el sentido
propio de la armonía plena.
La conjunción del caos
provoca el orden preciso. Los indolentes numeraron cada uno de los textos, y les
pusieron su orden. El orden primigenio.
¡Cómo sonríen los indolentes
cada vez que menciono la palabra siniestro! Es la ley de la arbitrariedad. La
reciprocidad más oportuna.
Pobrecillos. Los siniestros
conjugarán sus verbos sin entender a Rilke, a Novalis, a Hölderlin, a Dante, a
Parra, a Leopardi, a Juan Ramón. Solo
entienden de Chesterton o de Gómez Dávila.
Dios nunca estuvo en la
humanidad, nunca fue nadie. Fue Jesús, Jesús nos acompaña, pero Jesús ahora
sería el líder de los indignados, de las plataformas en defensa de la dación en
pago. La iglesia de los hombres no es la iglesia de Jesús.
Los indolentes son los
dioses ocultos, los primeros, los únicos. Son la energía que reporta la única
vida posible.
La vida es elección y yo elegí
el misterio, solo la lectura de los clásicos.
Los siniestros se agrupan y
se leen a sí mismos. Ellos se la machacan y ellos se fortalecen con la simple
mentira de sus actos.
Y lo bueno de todo ¿saben
qué es? Que ellos conocen que todo es mentira, pero ni lo soportan ni lo
asumen.
Los siniestros morirán como
el mirto, sin flor y sin capullo, secos, muy arrugados.