La diferencia entre criterio
y ética facilita la circulación fluida y la ausencia de cariño. Por criterio
muchos guardan poemas en cajones años y años, eso es de agradecer. Por ética
otros rompen aquello que no convence.
Aún así la poesía es una,
solo una, y si el lector no lo cree debe acudir a los clásicos para comprobar
que el límite entre vergüenza y basura está marcado por lo contemporáneo.
De los indolentes aprendí la
crudeza de sus afirmaciones. Aquellos mensajes lanzados a la mente y sin
palabras, recordaban a Parra, a sus Artefactos.
Remover la conciencia es el fin. Permanecer sentado en una silla y decir: ¡Qué bonito!, no me llena. La poesía no
es bonita, es poesía, es vida y naturaleza.
La razón de la
palabra auténtica es la aportación, o fusión, de esa ética con la estética.
Leer para vivir y leer para morir. Pero no se debe leer todo aquello que llega
a las manos. Seleccionar, meditar, presentir la energía que desprende la obra
para saber si es uno o es nada. Lectura en lentitud, siempre.
La poesía muere
en la boca de aquel que no viva en la ética y en la estética. Es la
unificación, la obra ganará con aquello que se lee.
Me sentaba
sobre una roca en el búnker de Atlanterra con los indolentes números 1 y 13.
Ambos desaparecieron, ahora con nueva ropa aparentan mayor grandeza. Los
contemplaba en silencio. No dejaba de mirar sus ojos. Agachaban la cabeza de
vez en cuando. ¿Vergüenza? Me recordaban mi vida con dios y las conversaciones nocturnas.
Anotaba en el
cuaderno todo cuanto provenía de ellos: los gestos, los susurros que llegaban a
la mente, el movimiento de sus manos.
Con ellos vivía
en paz, encontré la paz y la necesidad de la iluminación. La paz verdadera.
Hoy me han
trasladado los confusos laberintos de
mi vida. Y no he sentido miedo.