Todo circula por las venas.
Hasta las extrañas conversaciones en forma de mensajes con los indolentes.
Ellos susurraban que las
citas que llaman la atención, tras las lecturas de los grandes, deben apuntarse
en un cuaderno, en un cuaderno amarillo. Después había que leer las citas,
alimentarse de ellas, asimilarlas, y manifestar tu propia opinión sin
mencionarlas. Eso enriquece el entendimiento, la vida entera, toda, sin
plenilunios.
Camina. Tus pasos los deseo,
como quiero tu mundo. Toco el cielo que nunca es azul y tomo la Custom. Camina.
Leía las citas de todos aquellos que bebía y manifestaba una impotencia real y
vivida. Pero la petición debía ser cumplida. Entonces duele la cabeza, se
acaban los cigarros, los cuadernos amarillos y los paseos por el jardín.
Salgo hacia el faro buscando
un indolente. Se esconden. Los cojo por la camisa y les pregunto. No responden.
No hablan. No dicen nada. ¡Estoy contaminado!
Hay que diversificar el riesgo,
algo así como vivir, arañar las citas con el amor de un aire fresco y buscar la
voz propia, la manifestación de una indolencia.
Me separo tres pasos del indolente
número 34. Comenzamos a hablar en nuestro idioma.
(Iván, Javi,
Arturo y Nau. Merci.)