jueves, 10 de abril de 2014

Cojeo




Intento mezclar el positivismo, el Círculo de Viena y las doctrinas telefónicas de Gregorio Luri a la hora del café. Me hacen pensar. Llamo a Ana para interesarme por su condena, que no es alianza. España es mucha mierda. La diferencia que existe entre un cínico y un ignorante es proporcional al grosor de sus libros publicados.

Trabajo en silencio y soledad. No comento con nada y con nadie el resultado. Puede manifestarse como absurdo un complemento si el adjetivo siempre se encuentra detrás del nombre. Me entierro en la arena del huerto, pido ayuda a Francisco para levantarme. La pierna sigue muy hinchada y la rodilla comienza a preocupar.

De solo pensar que no lograré el objetivo hace que prepare una mesa cargada de alimento, sin disolución, como esas cosas raras que en el amor destrozan los latidos. Fábula es muy grande y se vuelve ajena por momentos. Toco las estrellas, subo a las nubes y dejo vivir a las hormigas, he aprendido a respetarlas.

Tengo la fortuna de poder consultar a los médicos que siguen mi evolución y ellos atienden con cariño, con el mismo que desprecio. Fumo para olvidar el sabor del jamón con el tinto, el humo del tabaco en el salón, y el olor a encina quemada de la chimenea.

No importa que alguien lea estas líneas, llevo una temporada en la que prefiero a Hölderlin antes que a Juan Ramón. Me identifico más. Prefiero el whisky DYC a otros irlandeses, el DUCADOS rubio al tabaco americano, la lluvia al desconcierto, y la luz al reflejo del espejo que tiene un marco verde.

Me adentro, con la muleta, en el círculo del laberinto y camino de manera templada. Cojeo. Brutalmente cojeo. ¡Qué putada! No puedo tocar a Claudio que me echa sus brazos.