La primera vez que leí un poema a mi madre cerró los ojos. Lo hacía de
manera sincera, fue una premeditación. Me decía con inteligencia: En España no hay Poesía, hay poesía. Y
eso que entendía poco.
Nunca le pregunté si lo que leí era con mayúscula o minúscula. No le
hice esa pregunta, tampoco me importó. Cada día la poesía me interesa menos,
está repleta de vanidad y de miseria. Como una imitación permanente.
Incluso me entero de disputas que alcanzan el grado de querellas y
llevo las manos a la cabeza. ¿Por qué los poetas discuten? Un Poeta nunca lo
hace. Los poetas viven de autores del pasado, y el pasado no existe, dejó de
hacerlo en el propio pasado.
Un amigo me pregunta si acudiré a la presentación de esa novela y le
respondo: En España no hay Poesía, hay poesía.
Sonríen los rabilargos. Del pasado viven los estreñidos, los que escriben
promesas, los que discuten, los que hacen como que entienden, los que alaban a los
mismos que se autoproclaman en los cargos ministeriales, los candidatos a las
Academias locales, los que viven del pasado, y el pasado no existe.
Tengo otro amigo que es un jenio.
Leerá a Juan Ramón para el uso y disfrute de sus textos, pero no lo mencionará
nunca más en sus libros. ¡Tiene tanta razón! Por ejemplo, Idilios no ha contado, ni siquiera, con el apoyo de nadie, y ha
tenido más repercusión que cualquier libro de Juan Ramón Jiménez. ¿Y eso cómo
se explica? Por aquello de la poesía y la Poesía.
Juan Ramón es Poesía, pero todo cuanto le rodea es poesía. Y aquellos
que lo mencionan, lo citan y hasta los que lo miman, son poesía. Y esos mismos
ayer hablaron de Juan Ramón y mañana lo harán de Machado, o de Octavio Paz.
¡Puta poesía!
La muerte oculta me ha servido para centrarme y recordar. Todo sobra,
nada falta, todo es mentira, hasta tú. ¡Sí, tú!