Llevo varias semanas solicitando a Saúl una explicación sobre su
silencio, el silencio de los indolentes. Él, pausadamente, explica que
manifiestan cuestiones pero debemos escucharlos. El ser humano sobre la tierra
es un bebé nacido de cesárea, nos queda tanto tiempo, una eternidad. ¡Somos tan
limitados!
Los indolentes ayudan a aquellos que reclaman con voluntad y
convencimiento. Con la esperanza de la propia indolencia, la humildad, la sinceridad
y la soledad.
Tengo un amigo que desde hace un par de años ayuda a una vecina. Todos
los meses le aporta una cantidad de euros para afrontar las necesidades de ella
y su familia. No se plantea en qué gasta el dinero, simplemente ayuda. Lo hace
con voluntad y convencimiento.
Las ayudas no precisan de obligaciones, se hacen porque sí y para sí.
Cualquier explicación ajena a la propia ayuda sobra. Mientras en el mundo
mueren miles de almas diariamente, de necesidad e injusticia, las ayudas que proporcionan
las instituciones se condicionan a la voluntad de los gobernantes. Es la injusticia
de la mentira, la justificación del engaño.
Somos jóvenes. El mundo agoniza como la caída del imperio romano,
Europa falleció al término de la segunda gran guerra y Estados Unidos es la
promesa eterna que un día fue y ahora no es nada.
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué camino seguimos? La única verdad radica en la
naturaleza, aquellos seres puros que escuchan el viento, los pájaros o el
movimiento de las ramas de los árboles, saben más que nosotros, aquellos que
sufrimos el infortunio de haber nacido ajenos a la esencia de la propia
naturaleza.
Quiero enseñar a vivir. A todos los jóvenes que estudian los sacaría de
la Escuela. El conocimiento es erróneo. Es partidista. Hay que enseñar a vivir.
A respetar al prójimo, a respirar, a escuchar, a observar, a leer, a contemplar
los estados de la única y gran verdad.
Todo cuanto nos enseñan no sirve para nada. Se olvida. Se atiende por
obligación, pero el misterio no es una obligación, es una realidad. Si
abandonas la Escuela estarás mal visto, hablaran de tus limitaciones. Y lo
único limitado es la propia Escuela.
Saúl alimenta, vela por los actos dentro y fuera del centro indudable.
Por los reflejos que manifiesta el espejo y por los caminos que llevan al
laberinto. Enseñar a vivir, repito al mundo, enseñar a vivir.