Mientras contemplaba la nube con forma de poema alejandrino escuché un
zumbido ensordecedor. Pensé por un momento que las abejas ocupaban el
horizonte, pero ellas estaban alimentándose de las flores de las encinas. Sus
alas al latir manifestaban el ruido. Era como una leyenda, como un verso de Fernando
de Herrera:
…aquella pena que en su pecho cría…
Leía a Herrera a la sombra del calor agobiante, disfrutaba del
manierismo, de la brillantez. La nube permanecía inmóvil.