El ser humano precisa tener fe, generalmente la fe suele ser creada a
imagen y semejanza de los propios intereses del ser humano. La belleza es una
fe errónea, es visible en nuestras limitaciones terrenales. Hay belleza en el
infierno, tal vez la belleza más pura, aquella que conjuga sabiduría y
entendimiento. La que arde y no se engaña con las propias justificaciones. El
poeta es propenso a engañar a los demás, pero antes se engaña a sí mismo.
Justificarse no es rectificar, ni adoptar razones convincentes, ni
siquiera es tener fe. Es tan solo engaño, el error de la belleza. Ocurre igual
con aquel que se cree todo cuanto dicen de su obra, es la falsa belleza, la
belleza humana.
Debo reconocer que acudo a Dante, encuentro allí sinceridad sin
artificio, sabiduría con naturalidad y un punto de verdad y arte.
Cada día que pasa me aparto más de la elaboración artística forzada,
de las bellas palabras que no me levantan del asiento, de los versos que no
provocan esa chispa luminosa que se convierte en arraigo. Amo los artefactos, como también adoro los artilugios.
Cuando leo un poema de Dante descubro la
ética verdadera, la moral del verso aplicada a la conducta humana, la
obligación del hombre en ser fiel y no planificar su vida por interés o
agrupamiento.
¡Qué peligroso es el ser humano planificador,
envidioso e interesado! El misterio y la verdad no deben ser juzgados, son
evidentes. Rigen nuestra conducta con rigor, pero sin interés.
Acudo a otros libros clásicos que compensan
la mesura y la sensatez, la prudencia y la actitud. La justificación y el
engaño.
Un amigo me envía la invitación de la próxima
presentación de una novela en Sevilla, indica: Es una invitación proforma. Intentar engañar a los demás en algo
que ya ha engañado a sí mismo. Y sin juicio ni criterio.