La calle huele a desinfectante. Sube
un extraño hedor hasta la terraza.
El agradecimiento es una
manifestación. Aunque se aplauda no se ama lo suficiente. Disponemos de
varias opciones. La primera es dar la razón al aplauso en sí, como una
justificación de nuestro acto. La segunda es elogiar y banalizar al mismo
tiempo. Por mucho que se aplauda, seguimos sin amar lo suficiente. La tercera
es el cinismo, como una prohibición universal, por ese motivo se aplaude o no
se aplaude, pero hacemos notar, a nosotros mismos, nuestra contrariedad. Y la
última es la conclusión de nuestra demostración de agradecimiento, aunque amemos
poco, pero nuestro argumento nos otorga validez.
Los aplausos siempre van
dirigidos, sin temor a equivocarnos, a la práctica de unas virtudes.
El silencio es un lugar
privilegiado y ortodoxo.