viernes, 11 de enero de 2013

¡Cuánta mediocridad!



LA primera lista de propósitos que realicé en vida fue irreal, subjetiva y desde luego falsa. En el capítulo treinta y tres de Fábula figuran muchos actos, abundantes propósitos y sentencias muy firmes. Fue escrito en los años ochenta. El amor destruye al hombre, la familia deshace al ser humano, la existencia es un accidente. Y tantas y tantas interpretaciones que es posible que ya no lo recuerde al completo.

Fue un pájaro distinto su primer lector. Se acercó al porche y después de comerse algunas moscas, completó su sabiduría en las palabras.

El capítulo treinta y tres de Fábula reconoce la existencia del infierno, del laberinto, de su confusión, de la tormenta libre y de la poesía. También describe a los poetas como seres insignificantes y platónicos.

En el capítulo número treinta y tres de Fábula dejamos de ser, caminamos en abundancia solos por el paraíso. Pérez Galdós se ha marchado, ha dejado el lienzo en blanco, casi crema insatisfecho, después de leer el capítulo treinta y tres.
 
En Roma dejé que Nacho tomara entre sus manos el comienzo. Estaba escrito en un cuaderno marrón que compré en la Cartoleria Pantheon, en la  Via della Rotonda, un establecimiento conservado de 1910. Fue el segundo cuaderno marrón de mi vida. Como la lista de propósitos que culminé en un banco de la Villa Borghese.

¡Cuánta mediocridad! dije al terminar de leer el capítulo treinta y tres de Fábula.