TODO es mentira. El laberinto, el reflejo en
el espejo que tiene el marco marrón, aquellos que aguardan a la entrada junto
al pilón, las sombras, el ángel negro sosteniendo flores, las nubes, Satanás
que prepara el desayuno y deja planchadas mis camisas, las encinas y el
acebuche de la piscina, la azotea de Moguer, la tía Juana, el anillo, las arañas de casa, el rabilargo, Francisco, el árbol
de dios, el porche y su mesa repleta
de libros de Parra, de Platón o de Rosales. Todo es mentira.
Se nos olvidó comenzar por donde empiezan los
actos y pasamos de largo la contemplación. Describíamos el vuelo de los
pájaros, la lucha constante con los insectos, pero dejamos de ser un tiempo. El
tiempo. El espacio es un dedo que se mueve sin imaginación.
Ahora todo es distinto. Por más que saludo o
hago amagos de cariño el aire es la señal de la equivocación, como un indicio.
Entonces vuelvo a acudir al loquero para pedir un tratamiento eficaz contra la
incertidumbre.
El poeta dejó de ser un tiempo. Es una
realidad. Y lo hizo sin espacio. Fue en el justo momento en que creía en él. Y
uno debe vivir en silencio y soledad, sin responder al mundo, comenzando las
cosas por donde empiezan los actos: el espacio.
Todo es mentira. El tiempo y el espacio. Los
actos, la belleza, la vanidad y la contemplación. Las leyes fingen. Los hombres
aparentan. Los poetas simulan.
¡Qué no daría yo por morir y estar
vivo otra para contarlo! ¡Qué no daría yo!
He tomado el matiz, aquel que
entró por la ventana y se escondió bajo la cama, y lo he echado de casa. Llamo
a los desvíos, lo hago fuertemente. Para vivir hay que bajar al infierno y hay
que quedarse abajo.