martes, 15 de enero de 2013

Dividiendo los deseos



ES tan difícil abandonar el mundo, olvidarse de unos y de otros, romper, desapegarse. Si esa es la voluntad viva el entendimiento. No hay cosa más real, no existe nada más allá de aquella afirmación.

Dejar de ser para poder ser, dejar de existir para vivir. Romper el espejo, quemar el laberinto, su centro y su templanza, las flores aromáticas, los nidos de los pájaros. Prescinde de todo aquello que te hace ser para poder estar en el infierno.

He tomado el bastón, la cámara de fotos y el sombrero. Subo al infierno. Está arriba, muy arriba, más allá de las nubes, de los pájaros, de las estrellas. El infierno es un tiempo verbal sin descendencia, un debate, una finalidad.

Como Cicerón y Epicuro, dividiendo los deseos. Acudo a una exposición de pintura, es la inauguración. Una copa de vino y algunos canapés. Después un corto sueño en una habitación con ocho camas.

Ni estudio ni cultivo la filosofía, el plato fuerte de la comida no ha resultado un alimento. Acacia, Jesús, Antonio. Siempre estaba Platón. En Madrid hacía frío, se extinguía la felicidad que nunca estaba al alcance de todos. ¡Qué malvada virtud!

Y el día que amenazó la muerte, sobrevino la huida.