ES tan difícil
abandonar el mundo, olvidarse de unos y de otros, romper, desapegarse. Si esa
es la voluntad viva el entendimiento. No hay cosa más real, no existe nada más
allá de aquella afirmación.
Dejar de ser
para poder ser, dejar de existir para vivir. Romper el espejo, quemar el
laberinto, su centro y su templanza, las flores aromáticas, los nidos de los
pájaros. Prescinde de todo aquello que te hace ser para poder estar en el
infierno.
He tomado el
bastón, la cámara de fotos y el sombrero. Subo al infierno. Está arriba, muy
arriba, más allá de las nubes, de los pájaros, de las estrellas. El infierno es
un tiempo verbal sin descendencia, un debate, una finalidad.
Como Cicerón y
Epicuro, dividiendo los deseos. Acudo a una exposición de pintura, es la
inauguración. Una copa de vino y algunos canapés. Después un corto sueño en una
habitación con ocho camas.
Ni estudio ni
cultivo la filosofía, el plato fuerte de la comida no ha resultado un alimento.
Acacia, Jesús, Antonio. Siempre estaba Platón. En Madrid hacía frío, se extinguía la felicidad que nunca
estaba al alcance de todos. ¡Qué malvada virtud!
Y el día que
amenazó la muerte, sobrevino la huida.