martes, 8 de enero de 2013

La flor de lis



JUSTO en el instante que se apaga la vida todos somos mortales, nos convertimos en las reliquias de aquellos que dejaron de ser y siguen siendo. Hay una botella verde debajo del cuadro de Pérez Galdós, no está llena. El recipiente nos ilumina con el reflejo de la lámpara de mesa.

Hoy he paseado con I. Ya tenemos a A., E. e I. Faltan justo dos letras para completar las vocales. Y sin ellas las consonantes dejan de tener sentido, ni instante, ni promesas.

No te obligues a hacer, ni tengas la confianza de lograrlo, no ofrezcas tu agradecimiento en algo que puede condicionar media vida. No lo hagas.

Apenas veo si no uso las gafas. He confundido a Parra con Perrault y a Nietzsche con Heidegger. Lo que no se soporta se promete, y así pasas el tiempo convirtiendo juramentos en insinuaciones. ¡Quién fuera dios y hombre al mismo tiempo!

Satanás me ha reñido de manera muy puta. He proclamado una revolución poética en el infierno, en el centro del infierno. También tienen los ángeles recursos. Aquí los marcos de los espejos son marrones, como los cuadernos. En el infierno no hay verdes, ni dos verdes iguales. Todo es negro y marrón.

El almuerzo de hoy, un libro de Boccaccio, una Biblia hebrea y el tratado de Moriarty, ha llegado con una servilleta de motivos del solsticio en tonos marrones y verdes. Existía un fondo blanco que ha condenado el negro.

He plantado una flor en el infierno. La flor de la poesía y la belleza, pero dice Natalia que debo arrancarla. Se ha cansado de verla. Todos somos mortales, hasta la flor de lis.