lunes, 14 de enero de 2013

Solo entonces seremos



DESDE el aeropuerto de Fiumicino llegamos a Madrid. Ana nos esperaba en la sala donde se recibe el aire. Nacho tuvo que volver al avión, había olvidado unos presentes.

Tomamos un taxi. Ana y Nacho marcharon a casa. Volví a la pensión del Prado. Paseé por la Gran Vía respirando España. Tomé un ABC y apunté los actos culturales para comer un poco. La vuelta a la rutina. La necesidad de alimento. La desesperación.

Al día siguiente Luis Rosales me esperaba en su piso. Le llamaba don Luis aunque a él le gustaba que le dijeran Camacho, o Rosales Camacho, recordaba la infancia.

Existe una diferencia entre escribir y leer, entre el desencanto y el desapego. Se asemeja a un cuadro, a un paisaje bucólico con Homero en el centro del lienzo. Siempre está Homero, su obra y la fortaleza. La lectura clásica es el acercamiento al desconcierto, a la histeriagrafía.

He arrojado a la chimenea todos los folios y cuadernos que contienen Fábula. No me gusta hacer preguntas, ni aspiro a soñar con la mujer que amo. Simplemente posteo y me identifico con los pájaros, con las nubes. Desde lo más alto de la encina, aquella que tiene el fruto puntiagudo, respiro.

Mientras arden las páginas dejamos de ser. El papel tiene poca esencia, la celulosa provoca humo, un humo oscuro que deja de buscar el espacio pues lo posee, lo precisa.

Dejamos de ser cuando somos, cuando no vivimos en sí sino en otro. Seremos en el desapego, exclusivamente cuando somos conscientes de que todo es mentira, hasta nosotros. Solo entonces seremos.