martes, 1 de enero de 2013

Humo puro



LOS días en los que acaba el año suelo hacer lo de siempre. No tomo las uvas y busco la soledad y el silencio interrumpido por algún que otro petardo.

Trabajo, sigo leyendo y haciendo amagos de escritura incierta. Suelo recopilar los suplementos monográficos que determinan los libros del año que termina. Y los conservo. Tras la lectura del último acudo a los pasados para reírme un rato.

Los libros del año se valoran por dos causas fundamentales. La primera es la cantidad de dinero invertido por la editorial en cuestión en el medio, y la segunda es por beneficio propio de los críticos que las realizan, ya que piden favores carnales a las editoriales mencionadas.

Todo el mundo contento. Pero más feliz culmino la lectura de los monográficos antiguos donde apenas un título persiste, todo lo demás es humo, humo negro.

La verdadera hipocresía la definía Platón en la República. Es como Aristóteles, lo sé, pero más directo, más coherente.

El fingimiento siempre es una máscara, una respuesta a la mentira que todo hace suyo. El humo negro de la no verdad.

Mientras los críticos soliciten no existirá la crítica. Y en mi lista de libros del año 2012 el último y más joven es de 1972, se titula Artefactos. Desde entonces humo, humo puro.