CUANDO me paro a contemplar
el estado de A. pienso en E. También ocurre con R. Estaba más delgada, seguía
tan bella, una infinita luz asomaba por su rostro, una luz enigmática, como una
iluminación. No debes preguntarme por Platón cuando él no está presente. Si
digo cosas, opiniones, suelo considerarlas en presencia del interesado. No
defino, prometo y ejecuto. Los grupos o las amistades me siguen importando poco
o nada. Y aquellos que hablan de otros, de su cercanía, han dejado de ser enigmáticos, han dejado de ser.
¡Menuda farsa me intentaron colar
y me colaron! ¿Eso es poesía? Aunque ahora lo que más repito con Cicerón es ¿eran realmente personas, seres humanos?
Nada envidio y poco recuerdo.
Quizá la mentira sea lo único que circula por el confuso laberinto. Sé de cosas
que se dicen. Como Juan Ramón otorgué oportunidades al equilibrista,
pero andaba en el camino equivocado.
Marcho para Liubliana al
amanecer. Allí aguardan nuevas cartas. Debo acudir al puente de los Dragones a
retirar las misivas. Después me esperan en la catedral de San Nicolás. Recogeré
las fotos de un posible confuso laberinto.
Siento pánico.
Las velas se consumen y Platón
no regresa del paseo. Le dejaré una nota en la mesa de cristal, una nota
larguísima como el poema de Homero. A. duerme, pienso en E. ¡Quién tuviera
pocos años para llegar al centro sin apartar a nadie, los que estorban!