HUMILDEMENTE hago mías las palabras
del ángel negro. Sigo sobre la rama de la encina. Soporto el agua y el viento,
un empeño ineficaz de un gato por comerme, me complace Baudelaire y Dante, de
fondo Parsifal.
Repito las palabras de dios que es ángel, la rama de la encina
es la piel del mundo, sobre ella calladito. En silencio y soledad, con alguna
visita de una nube o de un rabilargo. Las hormigas suben por el tronco del
árbol, proporcionan alimento y entretenimiento.
La lectura engrandece, la
literatura está repleta de no sinceros,
de fantasmas sin sombra, de palabrería hueca, de heterónimos que se han prestado
al juego de la no verdad.
El ángel negro es dios, y el rabilargo, y Francisco, y
Luzbel, y el caño de agua que cae del pilón humildemente.
¡No hagas caso de aquellos que juegan con la poesía,
insensatos, canallas, cabestros de la literatura!
Wagner completa un libreto
de versos, escucha la Sonata para piano nº
2 de Ives y repite en alto: ¡Cabestros!
¡Cabestros! Le ha gustado la expresión.
Si leyeran más a Dante
descubrirían algo con sentido.
Sobre la corteza de la encina,
en la casita verde, acabo este poema:
Es tardísimo.
¡Tenemos que dormir más deprisa!
Mañana hay que naufragar.