SE empeña el ángel negro en
descubrir, en resucitar, en elevar a público aquello que se dejó de tener en la
memoria. ¡Vamos a descubrir a este autor
que anda olvidado! Y un ejército de ángeles sin criterio, no sinceros, realizan tesis y estudios sobre
aquellos otros. Estaban olvidados por el inframundo.
Pero no solo los abandonó el
inframundo, también lo hizo el mundo, y el centro, y el laberinto, y el reflejo
en el espejo. Miré al ángel negro a los ojos y dije: Si nadie se acuerda de él, será por algo, ¿no? Nadie reconoce lo
pasajero, lo efímero, lo vanidoso. Sigue habiendo pan, y huevos y patatas. El
acebuche desprende unas olivas exageradas y carnosas.
Se han empeñado en levantar
aquello que nadie ya recuerda, y si están olvidados, enterrados o manidos, será
por algo.
Los clásicos son unos y no otros. No adentres en lo clásico lo
falso, lo que quieres hacer, lo que ejercitas. El ángel negro no ha descubierto
que como Quevedo hay pocos, ni podrá descubrirlo. Aquellos que se acercan ahora
se alejarán en la más absoluta mediocridad.
Un pájaro con un gusano en
la boca se acerca a A. Pero A. que es listo e inteligente, repite Tatatatatatata. Nada más, nada menos.
Quiero vivir y vivo, y río,
y manifiesto. ¿Por qué se empeñan algunos en descubrir? Si todo está
descubierto, y el tiempo pone a cada autor en su lugar, en su propio espacio,
en la ética y la estética consecuente.
Ahora leo a Marcial y a
Persio y a Platón. Ellos quedan, ¿por qué? Nunca fueron amigos del ángel negro,
ni se limitaron al equilibrio, a eso que llaman armonía.
Debe ser triste para un
autor, recibir un homenaje en vida, y mucho más triste comprobar que todo es
mentira, que morirás sin ser, sin ser tú mismo. Los gusanos comen la carne de
los atareados. La carne, los ojos, la boca, la falsa armonía.