LOS pájaros andan revueltos.
Gritan de manera ensordecedora. Se acercan al árbol de dios y vuelan haciendo ruidos. Justo al lado, el limpiatubos en flor, recibe a una
multitud de abejas que entronizan, emiten su zumbido.
Dios era un hombre, y es una fuente de energía fruto de
aquellos que llegaron hace muchos años junto a otros compañeros. Nos enseñaron
lat tecnología, el arte y el valor del silencio. Unos les odiaron y otros les
amaron. Pero ellos pretendían llegar a todos, y para ello dejaron descendencia
con los seres vivos. Mitad hombres y mitad energía, se repartieron por el mundo
enseñando las grandezas y los secretos de sus raíces y del arte. Eran los elegidos aquellos que escribían, que
hablaban, que enseñaban. Uno de ellos fue dios.
Sócrates nunca dejó nada
escrito, ni siquiera resolvió las dudas de aquellos que le preguntaban. Pero su
virtud consistía en hacer ver el uno,
que todo está en cada ser. Así, cuantos le formulaban las cuestiones,
encontraban la solución en sus propias palabras, sin la interferencia del
propio Sócrates.
Toda la solución se
encuentra en tu interior, en el zumbido de las abejas, en el ruido de los
pájaros. Busca toda la ayuda que desees, lee toda la poesía que sea necesario
para satisfacer, para aprender. Pero no temas males, sin esperanza pero sin
miedo. Nuestra vida posee un principio y un final que ya está escrito.
Retrocede. Da marcha atrás.
En el banco de san Clemente, en el mercado de Sonora, paseando por las avenidas
de Barcelona, en la azotea de Moguer. Agarro con fuerza los anillos, los dos
anillos. Limpio el marco verde del espejo y barro la entrada al laberinto. Vuelve
a existir la cola inmensa tras mis pasos. Están aquellos que desean ver,
entender, amar en la virtud, en la ética y la estética. Todos acuden con la
corbata azul y la lechuza en el hombro.
Le he pedido al ángel negro
que ordene la aglomeración. Está en su papel, nadie podría hacerlo mejor. Sonríe,
ama, vive, pero también determina.
Corro hacia la habitación
que tiene las estanterías amarillas. Tomo un viejo sobre marrón con fotos de
México. Miro mi rostro. No me conozco. En confuso
laberinto era otro yo sin ser yo mismo. Pero sí, soy yo, en otra dimensión,
un mundo sin pasado donde el presente es futuro y el futuro es eterno hasta el
momento justo que has definido en tu contrato.
Suena Mozart, tiene que ser Mozart.