PERO Loreto se marchó, un
fin de semana dijo adiós para siempre y desapareció. Desde entonces los lunes
permanecen intactos, saludo a los pájaros desde la rama de la encina y hablo
con las nubes de la miseria y el rostro de los siniestros. Abandonar la
libertad es algo así como correr en calzoncillos por una calle peatonal con las
obras de Yeats entre las manos.
Tanto Juan Ramón sin Juan
Ramón. Congresos, seminarios, encuentros, debates, mentideros, basura con falta
de credibilidad de los propios ponentes. Cifras, años, datos, pajas mentales de
aquellos estudiosos que no conocen la esencia del poeta de Moguer. ¿Y dónde
está la esencia, la verdadera esencia?
¡Qué pena de los juanramonianos! Juan Ramón, en la casita
verde del gorrión, sonríe y desespera.
En todos esos actos nunca
está Juan Ramón, ni siquiera su esencia. Hay que respetar la esencia del poeta,
respetarla sin la erudición del tres al cuarto, de los cuatro ignorantes de
turno.
¿Sabéis que es la esencia?
¿No? Ya entiendo, así no se puede respetar algo que no se conoce. Platón y la caverna. Las sombras, el humo y la
ignorancia. Los reflejos son las propias sombras de los ignorantes que figuran
sin esencia por la vanidad del mentidero, del propio mentidero.
Y sin Loreto aparece el
silencio, el siniestro silencio de los que escriben igual, sin esa chispa que
crea escuela, sin esencia. La estética no sirve, ni dios, ni las lecturas vacías, ni el puñado de horas delante de Juan
Ramón sin saber quién era Juan Ramón.
Los siniestros. Los no sinceros.
Los no poetas. Los que habitan la
estética sin ética, sin tono, sin ritmo, sin personalidad, sin literatura.
Luis Rosales oyó el silencio universal del miedo. El
silencio era miedo, puro miedo de los siniestros. Solo lo percibo, lo huelo,
nunca lo he oído.
Sobre el cadáver de Loreto
dejé unos poemas, una rosa y una edición de Animal
de fondo. Juan Ramón sonríe desde la verde esencia, lee el Infierno de Dante.