PERCIBO a los siniestros.
Baudelaire me acompaña y asiente. No es el olor, se trata de una sensación que recorre
el escalofrío y antecede al silencio.
Delante de un siniestro
falta el ruido, pausa, quietud, tranquilidad. Ellos no poseen la armonía, ni el
equilibrio, ni la fragilidad necesaria en la literatura.
El juego sin equilibrio no
es asimilación, es simplemente tanteo, y el derecho al descarte proviene del
caos, del caos en armonía. Un siniestro nunca será infantil.
¿Quién manda en ti? ¿Los
religiosos? ¿Los no sinceros? Río con
sorna y vehemencia, pobre infeliz, maltratador de las palabras, jugador del
azar, prevista la desgracia. Se ha cambiado de gafas el nuevo jefe de los
siniestros, tan solo al observarlo, en una foto, tiemblo. Deben bajar las nubes
a ayudarme.
La cabeza retiene y no
organiza, la cabeza siniestra, sin armonía, sin orden, el equilibrio se
ausenta. Y sobre la rama de encina se ven muchas cosas.
Nací en un triste noviembre.
La estación de las dudas, las lluvias y los lamentos. Un día de frío y
desconcierto. Mi madre sentía un dolor insoportable en la cabeza. Me ayudaron –maldita
ayuda- y respiré. El primer aire que entró en los pulmones llevaba la esencia
de Dante, la locura de Cervantes y la realidad de Joyce.
Ahora se atreven a jugar a
los nombres, a las cartas, con la literatura. Fingen ser aquellos que no son,
utilizan personalidades para ganar un premio, para adentrarse en algo que es
minúsculo. La LITERATURA, con grandes letras, no consiente vuestro juego.
A los siniestros se los come
el gato negro. Me he cansado de limpiar la sangre.