EN el banco de san Clemente descubrí a los siniestros. Hay miradas siniestras,
amaneceres lúcidos y ese poco de luz que dejan pasar los árboles.
En la azotea de Moguer entendí que los siniestros eran
los no poetas, aquellos que se forjan
un nombre en vida (cuna) y muertos no
son nadie (sepultura).
Los variados encuentros del confuso laberinto enseñaron que los no poetas y los no sinceros
eran la misma persona.
Hay miradas siniestras, su risa es un engaño tan
grande como la nube que descansa en la copa de la encina. Por eso amé a los
pájaros, habito en la casita blanca y río. Río mucho.