Su apariencia nos hacía
dudar. Llegaba en los momentos de descanso y dejaba las huellas con dignidad,
sin pasos ni evidencias. La sombra del indolente nunca refleja el razonamiento.
Enemigos de sí mismos. Repetía el número 11, la irrealidad,
el 2. Un enfrentamiento interno sin representación legítima. Como una
obligación. La lucha que provoca el caos, generador del verso y de los
argumentos.
Pero fuera de la indolencia
no existe la decencia, tan solo la no
poesía, lo siniestro, aquello que busca la caza del interés y todo se
confunde con frecuencia.
Un poema auténtico está
cargado de interrogaciones, de manchas de tinta. El aire es más puro en los
claros del bosque, desde la naturaleza resplandece el silencio. Siempre la
muerte tendrá nuestros ojos, es el poema auténtico, la vida y la nada.
Hölderlin escuchaba los
labios cerrados. Como un indolente más aguardaba las plazas vacías en la tarde.
Vale la pena estar solo para dejar de ser.
Sin sombras vuelvo al parque
del Colle Oppio. Corro hacia la Domus Aurea. Allí espera Nerón y los indolentes
que permanecen en la tierra. Quedan muy pocos. No veo a Saúl.
Ahora empiezo a vivir como
un ser humano.