El único indolente que entendía
de poesía, el número 13 que en realidad era el 4, al que solía llamar P (010), hablaba de coherencia.
Aprovechaba la mínima comunicación para manifestar su interés en el aprendizaje
de la posición más lógica, lo consecuente es lo originario y el poeta debe
caminar por el mismo camino durante toda su vida.
Cualquier alteración,
despropósito o insolidaridad con la misma coherencia personal llevará al poeta
hacia la no poesía, a la ruta engañosa ajena a la razón de la palabra auténtica.
Siguen ardiendo las líneas
de las manos, toco las piedras e invito a
P a un diálogo coherente.
La armonía mantiene y
sustenta los acordes. Sin conveniencia, sin engaños, sin vanidad, con el único
alimento correspondiente. Sin imitación ni agrupamientos.
Llega Diego y se sienta
junto a P. Ambos compensan la poesía
con la mesura del entendimiento. Sostengo las alteraciones. Mi cuerpo mantiene
el equilibrio en la rama de la encina. Caen bellotas de las ramas más altas,
esquivo y observo como se desprende la palabra del acto.
P no se cansa. Habla, recita
los versos de Parra con afecto y devoción. No es más que un indolente.