El indolente número 13 ama
el Gorgias de Platón. Lo lee y lo
relee y, cuando intento descansar, comienza a lanzar juegos retóricos
provocados en sus visitas invisibles.
A los indolentes nadie los
observa, pasan desapercibidos entre los mortales y entre los siniestros. Estos
últimos solo sienten una extraña y fría presencia, pero desconocen que los
indolentes los observan y los escuchan.
Hoy el indolente número 13
me transmitía en su lenguaje su estancia en la casa del jefe de los siniestros,
el de las gafas de pasta oscura. Hablaba por teléfono con otro no poeta siniestro y le decía:
- De siniestro a siniestro,
para hacer tu reseña he tenido que hurgar. Para poner unos versos de tu último
libro de poemas he precisado de las virtudes cardinales.
Un pájaro se ha posado en la
ventana. Don Nicanor tiene en su mano la copa de Cabernet Sauvignon. Ese poeta
famoso de apellido dual y con libros gordos y grandes pasará a la historia por
su biblioteca. Solo por su legajo, nunca por su poesía. Y él lo sabe. Comienza
a comprenderlo. Aprovecha los bolos
para capturar los últimos recursos y para hacerse notar, para dejarse ver.
Enseño a mirar las líneas de
las manos. Lo hago con el vocabulario de la utilidad, lo aprendí de Cleantes.
Solo las obras son correctas
en la virtud, lo demás es no poesía
siniestra.