Tras las luces inútiles. El azar se reserva la última palabra. Alejo la tormenta y
busco el fondo natural más bello y diferente.
El azar no acompaña, posee
su virtuosismo en la utilidad, en la propia facultad que lo distingue de las
referencias, de las relaciones, del conocimiento. El azar es el poema inacabado
que se hace imprescindible, la mejor dirección, saber exactamente que dios no necesita al hombre para
humillarse.
Llega antes la luna. El
cielo pierde la claridad. Me escondo tras las luces inútiles que se muestran
receptivas a pesar de sus limitaciones.
He buscado a Saúl en todas
las estancias. Abrí aquella de las cortinas rojas, la que satisface las
necesidades humanas. Encontré división y límite.
Corrí a la estancia de suelo
marrón. Allí estaba la función, un camino infinito que se dirige a la
naturaleza.
Cerré todas las puertas y me
senté en el centro. Aguardaba las presencias, las sombras de los indolentes que
nunca pueden verse. Sentí la mano del número 88, el 7, aquel que revisa los
contratos. Como un ser imperfecto recibía calor y palabras, mitos,
encantamientos.
Tras la incómoda claridad.