domingo, 20 de octubre de 2013

La infusión de hierba luisa




El pasado no existe. El futuro no ha sido y, posiblemente, nunca será. El grado de cordura se contempla por el número exacto de indolentes que acuden a tu casa en la madrugada. Se afianza con la resolución del caos primigenio, aquello que resulta de arrojar los cuadernos marrones al húmedo césped al amanecer.

Entre el anochecer y el amanecer habita el presente. Enciendo y apago las luces cada vez que una mosca merodea el libro de Platón. Esta noche he colocado un plato con azúcar en la mesa del salón, he arrojado unas gotas de agua para que la dulzura se haga notar.

Este tiempo que corre no es el mío. Odio las circunstancias y las pronunciaciones. A los españoles de España y a los no poetas. Sigo pensando que un libro de poemas con más de cincuenta páginas es una extremaunción, como una banalidad. Y lo banal siempre es efímero, insustancial, sin centro, sin razón de la palabra auténtica.

Paseo de la mano de Saúl con los ojos cerrados. Huelo el mirto con las manos, el romero, la falsa pimienta, la hierba luisa. La sensación de veracidad se provoca en el olor a tierra húmeda. Mojo los zapatos y hasta los pantalones. Hoy llueve.

En la razón de la palabra poética debe existir la duda, el caos, lo verosímil. De ahí que la frecuencia de entrada de los indolentes por la puerta de casa deje el rastro de un olor a presente. El pasado no existe. El futuro tampoco.