Hoy recuerdo las primeras palabras de María Zambrano. El tono de su
voz, el porte y la mesura. Saúl trajo, cuando tenía veinte años, un bastón,
dijo que era un obsequio. Un bastón de madera labrado toscamente que conservé y
aún guardo en Siltolá.
Desde entonces, si alguien preguntaba por un regalo, un cumpleaños,
onomásticas o acontecimientos dispares, repetía lo mismo: ¡Regáleme un bastón!
Dispongo, en tres estancias diferentes, de una buena colección de
bastones. Y resulta que sin ellos apenas camino desde el porche hasta el centro
indudable. Cuando Saúl trajo el primitivo apoyo leí de nuevo el contrato. Allí
estaba escrito. Sin ellos la vida resulta complicada. Con ellos la muerte
resulta diferente.
El viento mueve la llama de la vela de derecha a izquierda, nunca de
izquierda a derecha. El naranja del cielo evita despropósitos, y engaños y
mentiras y sonrisas siniestras. Busco el porte y la mesura. El equilibrio y la
armonía. La verdad de Claudio y la auténtica poesía. Nunca Valente fue
realmente puro, imita, copia, es dispar, sin contenido propio.
Hay otro no poeta de Númenor
finalista del Adonais. El director quiere hundir el premio. Busco el apoyo, la
mesura. Es la primera vez, en muchos años, que aguardo el resultado del fallo
con interés. ¿Justificación o premio? No existe la confianza en el certamen, ni
el mutuo entendimiento. Habita la congratulación, que no es más que el
apostolado de los siniestros hacia su propia especie.
Armonía, equilibrio, mesura, porte, verdad, soledad, silencio. Si este
año el Adonais se lo entregan a Rilke tal vez vuelva a confiar en el premio.
Bueno, a Rilke o a Hölderlin. (Y
si se lo dan a Nietzsche, vamos resucito, pero creo que no).