La virtud es el acto de purificación, pero la virtud verdadera y
auténtica. Aquella que no sostiene su fundamento en la naturaleza será mera
apariencia. El bien y el mal poseen espacios idénticos y regulares, espacios
oscuros que desconocemos por nuestras limitaciones, son los espacios del caos
iluminado.
Allí habita la razón de la palabra, todo cuanto proviene del centro
indudable. Los siniestros ven huellas, sombras, manifestaciones confusas y
versos que solo se actualizan en el campo visual de la limitación.
La tierra oscura es luminosa. En ella radica la materia de todo el
universo, su esencia, los números. Los indolentes provienen de esa región
virtuosa e inteligible. Allí lo material es ausencia de seguridad y lo
espiritual es el alma del cigarro que apago en el cenicero amarillo tras hacer
el chasquido por el roce con el agua.
Hoy la llama se eleva al menos siete centímetros. Estreno vela y una vida
continua, limpia y visible. Saludo a todo el mundo por la calle. Sonrío.
Agradezco todas las manifestaciones de cariño. Llamo a todo el mundo por su
nombre sin conocer su esencia o su argumento. Es la histeriagrafía. Ha vuelto sin avisar.
El respeto al prójimo provoca una felicidad que no se da en el cielo,
solo en esa tierra oscura donde la poesía es alma universal.
Un confuso laberinto ha
reconocido los números de mi esencia. Repito 1 para ascender y 1 para volar.
En la tierra oscura siembran el alma que precisa de la libertad. Sus
frutos no poseen intermediarios, ni envidias. El alma es reflexión, y es
facultad, y es poesía. ¡Inteligencia!