Y volé. Sobre la cama y cansado volaba. Creo que será mejor marcharme
lejos, muy lejos. Insólito y valiente, un trapecista en ejercicio que se vuelve
trovador. Soy un idiota, siempre he sido un idiota. He creído en la poesía y la
poesía al final se guarda en un cajón muy grande. La poesía es nostalgia, es
ira, es un dolor que agobia.
Los indolentes mostraban su lado más humano, mi matiz saltaba de un lugar
a otro buscando los desvíos. Ruido de pájaros y vida, una flor que amanece y
otra que se pisa en el amor.
Estaba acostado pero volaba, salía de la habitación estando en ella.
Miraba las estrellas, las nubes, los poemas, el color del cielo. Volaba. Pero
también veía las puertas del armario marrón, la ventana hasta el suelo, la mosca
que seguía molestando y el cojín junto a la almohada.
Salía y estaba, permanecía. He recortado la barba para evitar
complejidades. Miro a la izquierda y escucho el despertador, a la derecha el
canto de los pájaros. Las ratas se comen las bellotas que caen al suelo. Lo que
te robé siempre sigue ahí.
Una verdad que se ciñe a los anticiclones, a los sistemas de bajas
presiones. Lo que hemos pasado. Vuelo. ¡Vuelo! Llamo a Saúl y no aparece. Me
arrastro por el suelo, quiero vivir pero muero.
Lo que hemos pasado es ausencia de luz. Vuelo. Muevo las alas. Agarro
el corazón y hablo con Rilke. Mágico, trágico, enérgico, la puta realidad.
Dialéctico. Odio a Sevilla, vivo en el sueño pero sigo volando.
¡Lo que hemos pasado! Por perderte dejé de existir, no dejé de volar.
La vida es mejor con palabras de suerte.