sábado, 16 de noviembre de 2013

Hacia la mansedumbre




No creo en los prólogos, no deben hacerse. Prefiero los epílogos. Si el libro es bueno el epílogo se leerá con deseo y placer. En cambio si el libro es pésimo, nunca llegaremos al epílogo.

Todos los prólogos que he leído en libros hablan bien de la obra. Sería conveniente que los prólogos digan la verdad y sean objetivos. Imaginen por un momento que reciben o adquieren un libro donde en el prólogo se indica: “No se le ocurra leer este libro, es lamentable”. Hay que agradecer al prologuista su sinceridad y ahorramos una pérdida importante de tiempo.

Un libro malo no lo justifica un prólogo injustificable. Regocíjate del epílogo si el libro es decente.

Una de las misiones de los indolentes en el planeta es preparar a los sensibles en sus otras vidas. Ninguna vida posterior acontece en la misma tierra. Todas se desarrollan en universos diferentes.

Otra de sus misiones es enseñarnos el amor, el respeto al prójimo, la presencia de ideologías, pensamientos, tendencias. Todo merece el respeto. Todo menos la no poesía de los siniestros.

Mi dios no es el Dios de los falsos. Mi dios es la Belleza, el Amor, la Poesía. La resucitación y la reencarnación. Amo lo espiritual y auténtico, odio lo material y no sensible. Desecho la religión del hombre limitada por la ausencia de ideas puras, de la magia, del confuso laberinto, de la pura realidad en silencio.

Hay un incendio en el alma, un incendio dialogante y en perpetua construcción.

La vida es una canción que nos arrastra, que nos sigue arrastrando hacia la mansedumbre.