domingo, 3 de noviembre de 2013

La llave maestra




Donde empiezan los actos acaban los pronombres. Suele ocurrir a mediodía. Llega el indolente número 2 y reparte ejercicios de rutina antes del vuelo.

Son viajes extraños. El hombre se llenó de materialismo y precisa de alimento, un alma hambrienta que llama a cada cosa de otra forma. Pero llegará la ola que todo lo inunde, no tardará mucho. El mar ha comenzado a esconderse en su lecho para soltar todo cuanto se precisa: bondad, belleza, amor, humildad.

Desde arriba no diviso el mar. Una gran mancha azul es mi saciedad. Sigo moviendo las alas. Miro para abajo y la sombra del indolente número 8 acompaña.

No hay cansancio, es una sensación de placer comedido, de belleza y de arte. Un reflejo ha molestado los ojos. Un reflejo minúsculo que brilla desde muy lejos. Bajo. Controlo el vuelo y planeo a toda velocidad siguiendo el rastro de una luz permanente que se encuentra en un lugar indefinido.

He dejado atrás al número 8 que tarda en reaccionar pero me sigue. No dejo de observar el reflejo. Fijo los sentidos en su presencia lejana. Mientras me acerco la luz disminuye, tengo que aguardar que los rayos del sol emitan sus rectas para seguir su rastro.

Llego a la luz. Me acerco. Es un brillo constante. Comienzo a caminar hacia el objeto metálico. Las lagartijas que salen de los arbustos observan. Muerdo la manzana con amor, gotea su jugo en el suelo. Toco el objeto, lo limpio con las manos y descubro una llave. Una llave brillante y reluciente. Una llave maestra. Pregunto al indolente número 8 quién entiende de llaves y señala hacia el suelo. Ha pintado unos números en la tierra:

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