Donde empiezan los actos acaban los pronombres. Suele ocurrir a
mediodía. Llega el indolente número 2 y reparte ejercicios de rutina antes del
vuelo.
Son viajes extraños. El hombre se llenó de materialismo y precisa de
alimento, un alma hambrienta que llama a cada cosa de otra forma. Pero llegará
la ola que todo lo inunde, no tardará mucho. El mar ha comenzado a esconderse
en su lecho para soltar todo cuanto se precisa: bondad, belleza, amor,
humildad.
Desde arriba no diviso el mar. Una gran mancha azul es mi saciedad.
Sigo moviendo las alas. Miro para abajo y la sombra del indolente número 8
acompaña.
No hay cansancio, es una sensación de placer comedido, de belleza y de
arte. Un reflejo ha molestado los ojos. Un reflejo minúsculo que brilla desde muy
lejos. Bajo. Controlo el vuelo y planeo a toda velocidad siguiendo el rastro de
una luz permanente que se encuentra en un lugar indefinido.
He dejado atrás al número 8 que tarda en reaccionar pero me sigue. No
dejo de observar el reflejo. Fijo los sentidos en su presencia lejana. Mientras
me acerco la luz disminuye, tengo que aguardar que los rayos del sol emitan sus
rectas para seguir su rastro.
Llego a la luz. Me acerco. Es un brillo constante. Comienzo a caminar
hacia el objeto metálico. Las lagartijas que salen de los arbustos observan. Muerdo
la manzana con amor, gotea su jugo en el suelo. Toco el objeto, lo limpio con
las manos y descubro una llave. Una llave brillante y reluciente. Una llave
maestra. Pregunto al indolente número 8 quién entiende de llaves y señala hacia
el suelo. Ha pintado unos números en la tierra:
88