Vuelvo a estar solo. Lo deseaba. Se marchó el número 13 y dejé en su
nube al 88. Saúl permaneció junto al tronco del árbol de dios. No se precisa a nadie. Muerdo las uñas y observo las
estrellas. Hay personas amables que acarician con la voz todas las
presunciones. Otras en cambio vociferan con la sola mirada.
La palabra es el acto preciso. La amistad un condicionante indeseado.
Demócrito o Jenofonte. Platón. Silencios. Las ausencias más puras
perviven en soledad y silencio. Solo soporto el ruido de la naturaleza, me
molesta la gente. El arte es en el fondo interpretación. Falsa modestia.
Vuelvo a no responder al móvil pero soy generoso. Ocurre que el hombre
es animal y la generosidad la confunde con los derechos. Y en la vida de la
palabra no existen los derechos, ni lo justo ni amable, ni lo legítimo.
Perviven los pronombres. Sharleen, en la banda sonora de Notting Hill, no cambia los estilos, selecciona la esencia.
Los verdaderos placeres solo aparecen en soledad y silencio. La
palabra la dirige el orden universal. La posesión de la recta razón nunca se
llamará ciencia.
Susurro las canciones de Ruibal al atardecer en Cádiz. O en Huelva.
Diego participa de una forma única.
Doy un sorbo a las uñas. Nadie espera. La falsa modestia es propia de
poetas sin palabras. Las funciones del alma indican que acuda por Saúl, tendrá
frío. Pero dejo a Saúl agarrado al árbol. No preciso de nada ni de nadie. Odio que
algo importe.
Deja de llamar a cada cosa por su forma, no merece la pena. Odio a los
falsos, y la vida se carga de ellos cada día.