Los primeros signos de violencia resultaron confusos. Nunca logré
comprender la desaparición del número 88, su fugaz presencia entre los
compañeros, la expresión de su rostro, la desesperación. Guardé la llave junto
a las cinco piedras, regalé otras cuatro y permanecí con los colores
ingrávidos.
El indolente número 8 no se apartaba de mi lado, toqué con las manos
sus signos en la tierra y preguntaba, cuestionaba cualquier hecho. No recibía
respuestas.
Abro los ojos y permanezco en la cama. Miro a mi derecha y observo el
hueco de Luzbel en el colchón, la señal en la almohada. Vuelvo a cerrar los
ojos y pongo rumbo a Camarinal. Vuelo rápido, no siento las alas ni la fuerza
del viento.
Bajo hasta la puerta del faro. La luz está encendida. No me ha seguido
el número 8 y llevo conmigo la llave maestra. Abro la puerta.
Subo las escaleras y observo al indolente número 88 en un sillón al
fondo. Detienen mi avance los indolentes números 19, 28, 37, 46 y 55. Los guardianes de los signos equívocos de violencia. Entrego a
cada uno una piedra y desaparecen. Doy pasos pequeños, lentamente dirijo el
rumbo hacia el número 88. Tomo la llave y se la enseño. La aprieta con sus
manos que lleva hacia el pecho.
El número 88 es la armonía.