domingo, 3 de marzo de 2013

Adoro la presencia




HA DEJADO de interesarme el ser que acompaña a la poesía por las esquinas, solo adoro su presencia, ¿o es su intelijencia?

Hoy un mirlo burlón se ha posado en la reja de la estancia. He abierto la ventana y con la mano intentaba espantarlo. Allí permanecía. Presencia e intelijencia, comunicación.

Cuando recibes una notificación desesperada el alma se ausenta para dejar de estar. En cambio si recibes una sarta de improperios en el rostro, de aquellos que te quieren, te conviertes en mirlo y te posas en la reja de la estancia sin querer echar a volar nunca, jamás. Eso es comunicación, palabra o canto.

Difiero con Valle-Inclán en dos aspectos fundamentales del libro que poseo. Su afán por el pasado -el pasado no existe-, y su mecánica configuración de dios, bueno, él dice Dios.

Pregunto a Cicerón por esas contradicciones y responde:

¿Quién no teme a la pobreza?

Adoro la presencia de los rostros inútiles, de las aglomeraciones en fotografías, la sobriedad de los amigos y de algunos forasteros, a los ciudadanos del mundo, a los que le han sido confiscados sus bienes, la elevación del sol por encima de las nubes. Y todo eso adoro. Y amo. En cambio ha dejado de interesarme el ser que acompaña a la poesía por las esquinas.

El poder del poeta está en su palabra, es su fuerza, las visitas al paraíso tan solo hacen que saltes, que cuentes las baldosas de la acera y des la vuelta.

Como Demócrito, con los ojos cerrados, distingo lo justo y lo injusto, el bien del mal, la poesía de la no poesía, los no sinceros. Ha dejado de interesarme ese ser.