HA DEJADO de interesarme el
ser que acompaña a la poesía por las esquinas, solo adoro su presencia, ¿o es
su intelijencia?
Hoy un mirlo burlón se ha
posado en la reja de la estancia. He abierto la ventana y con la mano intentaba
espantarlo. Allí permanecía. Presencia e intelijencia,
comunicación.
Cuando recibes una
notificación desesperada el alma se ausenta para dejar de estar. En cambio si
recibes una sarta de improperios en el rostro, de aquellos que te quieren, te
conviertes en mirlo y te posas en la reja de la estancia sin querer echar a
volar nunca, jamás. Eso es comunicación, palabra o canto.
Difiero con Valle-Inclán en
dos aspectos fundamentales del libro que poseo. Su afán por el pasado -el
pasado no existe-, y su mecánica configuración de dios, bueno, él dice Dios.
Pregunto a Cicerón por esas
contradicciones y responde:
¿Quién no teme a la pobreza?
Adoro la presencia de los
rostros inútiles, de las aglomeraciones en fotografías, la sobriedad de los
amigos y de algunos forasteros, a los ciudadanos del mundo, a los que le han
sido confiscados sus bienes, la elevación del sol por encima de las nubes. Y
todo eso adoro. Y amo. En cambio ha dejado de interesarme el ser que acompaña a
la poesía por las esquinas.
El poder del poeta está en
su palabra, es su fuerza, las visitas al paraíso tan solo hacen que saltes, que
cuentes las baldosas de la acera y des la vuelta.
Como Demócrito, con los ojos
cerrados, distingo lo justo y lo injusto, el bien del mal, la poesía de la no poesía, los no sinceros. Ha dejado de interesarme ese
ser.