HOY A. tiene los ojos
tristes. Está cansado de la vida a pesar de ser muy joven. El alma se tiene o
no se tiene, y el cansancio se difumina entre las buganvillas. En los últimos
días de este Edén engañoso compruebo la impostura de Libre de la tormenta en las insinuaciones.
Disfruto con mis oyentes y
con mis amantes. Ambos episodios son fingidos, ustedes comprenderán que tanto
el oír como el amar llenan al hombre de humo, y si encima todo es mentira, pues
eso.
Pero que hoy A. tiene los
ojos tristes como Dulcinea es una verdad tan grande como un templo barroco. He
aprendido a afeitarme sin cuchillas y a decirte que te quiero en diferentes
idiomas. El miedo se ha quedado atrás para siempre. Platón es el culpable.
Me escriben para pedirme
poemas inéditos para revistas y respondo lo mismo: “No tengo”. Y eso es cierto. María ha aparcado la bicicleta blanca
en el porche de casa. La limpio, la conservo y hasta hecho un poco de aceite a
la cadena. No tengo voluntad para dejar de ser, como esos grandes que engañan
con sus publicaciones.
En Huelva hacía un frío terrorífico, no me extraña que A. lo
lamente. El fuego de la vela ha deformado la cera y con ello su candor, la
figura de una pared vertical que acaba siendo el límite de lo conveniente.
¡Quién supiera dónde está el
límite y dónde lo conveniente! ¿La bicicleta blanca? ¿El amor o la aspiración?
Aspiro al placer más puro,
que es la verdad. Lo demás nunca será eterno, no ha dejado de ser un tiempo.