HAY abundantes diferencias entre aproximarse al desconcierto o al desencanto. El ser
humano mantiene una doble moral que lo hace falso y perecedero. El poeta llega
a ser no poeta, y el hombre puede
convertirse en no sincero. Todo
radica en la obediencia, el egoísmo y la sinceridad.
Adoptar el silencio y la soledad como única dialéctica
proporciona la paz interior, el centro indudable. Ajeno quedará el mundo de los
necios. Pero el hombre observa la naturaleza y habita en ella, la esencia no es
visible a todos. Tan solo aquellos que regeneran su razón de ser en el dejar de
ser, serán conducidos al laberinto.
Dejar de ser para ser, para hallar el desconcierto,
ese caos del laberinto propio. Todo está permitido, predeterminado, es el confuso laberinto. Firmamos un documento
al nacer que nos hace visibles y mortales, de
cuna y sepultura.
Creo en el destino ya determinado, en la regeneración
del ser y en el poeta puro. Y todo sobre
la naturaleza.
En Fábula
habitamos, aquí sobrevivimos de los mortales que son el macrocosmos. En Fábula volvemos a nacer siendo uno sin
ser el mismo. Me ha tocado vivir ahora la peor etapa, la época de la
reencarnación de los no poetas y los no sinceros. Los buenos fallecieron una
noche de diciembre, llegaba el mediodía. El agua de lluvia recorría los
cristales y la cera de la vela roja ardía sin pasión.
Busco la histeriagrafía entre las cosas útiles, entre
las personas sinceras, sobre la encina, contemplando las nubes.