lunes, 25 de marzo de 2013

Contemplando las nubes




HAY abundantes diferencias entre aproximarse al desconcierto o al desencanto. El ser humano mantiene una doble moral que lo hace falso y perecedero. El poeta llega a ser no poeta, y el hombre puede convertirse en no sincero. Todo radica en la obediencia, el egoísmo y la sinceridad.

Adoptar el silencio y la soledad como única dialéctica proporciona la paz interior, el centro indudable. Ajeno quedará el mundo de los necios. Pero el hombre observa la naturaleza y habita en ella, la esencia no es visible a todos. Tan solo aquellos que regeneran su razón de ser en el dejar de ser, serán conducidos al laberinto.

Dejar de ser para ser, para hallar el desconcierto, ese caos del laberinto propio. Todo está permitido, predeterminado, es el confuso laberinto. Firmamos un documento al nacer que nos hace visibles y mortales, de cuna y sepultura.

Creo en el destino ya determinado, en la regeneración del ser y en el poeta puro. Y todo sobre la naturaleza.

En Fábula habitamos, aquí sobrevivimos de los mortales que son el macrocosmos. En Fábula volvemos a nacer siendo uno sin ser el mismo. Me ha tocado vivir ahora la peor etapa, la época de la reencarnación de los no poetas y los no sinceros. Los buenos fallecieron una noche de diciembre, llegaba el mediodía. El agua de lluvia recorría los cristales y la cera de la vela roja ardía sin pasión.

Busco la histeriagrafía entre las cosas útiles, entre las personas sinceras, sobre la encina, contemplando las nubes.