A PESAR que en casa habitan arañas y hormigas a la
par, a la hormiga que vigila la entrada al centro indudable se le reconoce pronto,
lleva un libro de Parra, Poemas y
antipoemas. La araña prefiere la compañía de Platón y recita a sus
compañeras de tela y mesura fragmentos de diálogos.
Me han pedido que aceche la entrada, deben asearse y
comer algo. Me he negado. En su lugar he cerrado la cancela por donde entran
los extraños.
La araña discute con otro artrópodo sobre el tono. Le repite:
Es la actitud del verso en la distancia.
Y prosigue: El único mandamiento de
respeto al lector.
Con la hormiga he tenido ocasión de charlar sin prisas
en alguna ocasión. Permanece observándote en silencio y cuando has terminado,
solo cuando has finalizado, indica lo que desea, que suele ser estridente. Por
ejemplo, recuerdo una noche a la luz de las velas de cera amarilla, leía a
Leopardi, la hormiga dijo: Solo al final
de su vida alcanzó la perfección formal aunque la única verdad y perfección está
en la naturaleza.
Prosigo entretenido. Aguardo que vuelvan para abrir la
cancela. A sus puertas esperan varios candidatos. Han comenzado a agolparse
personajes de diferentes nacionalidades.
Busco la música. Detengo el tiempo y el pie izquierdo
tropieza siempre con la pata de la mesa donde tengo mi propio tiempo. Nada ni
nadie puede romper el silencio. Ladra un perro que molesta. Ladra mucho.
Vuelven a su puesto. Tienen trabajo. Comienzan a
repetir preguntas sin respuesta. En la cola hay varios conocidos a los que
saludo. A todo el mundo ofrezco agua. Solo puedo ofrecer agua.