PRIMERO fue la infancia,
acercarnos a ella y no apartarnos nunca de su único origen. Después llegó el
bosque, el parque y su centro,
respirar la naturaleza y abandonar la falsa esencia de la verosimilitud. Era La vida alrededor, ni por delante ni en
pasado –sigue sin existir-.
Llegaron los desvíos y, en la lucha, aparecieron los matices. Ocurrió a mediodía, tan solo a
mediodía, en noches de diciembre.
Las inclinaciones se fueron configurando sobre la palabra, la indudable
ficción que Platón enseñaba.
De la observación de la
naturaleza y de sus habitantes nos visitaron el silencio y la soledad,
los únicos argumentos para dejar de ser.
Dejar de ser para poder ser.
En el camino nos acompañaron
libre de la tormenta, confuso laberinto, de cuna y sepultura y don Nicanor. Una foto de Roma en 1984 y otra
en México de 1991.
Pero ahora, en este justo
instante, hay que dar otro paso, como una decisión irreverente, confirmar la
visita del ángel negro y de sus sombras.
Volver al laberinto y mirar el espejo, aquel que lo refleja y tiene el
marco verde. Y allí, en su centro, desasirse de todo aquello que acompaña a tu
vida. No depender de nada ni de nadie. Todas las actuaciones se realizan
exclusivamente por la reclamación poética de fábula.
Tu único alimento será tu compañía. Nadie más
determina lo que podría haber sido y lo que ha sido. Cultiva tus palabras y
riega el alma sin esa vanidad del yomimeconmigo.
Vivirás en la gloria, en la esencia, en la tela de araña, en la encina, junto al mirto. Darás de comer
al rabilargo de tus propias manos.
No necesitas nada ni nadie a
tu alrededor. No depender precisa intelijencia.
La vida es una putada que se
respira mejor con música y sin compañía.