SE ha vuelto a romper el
brazo de la silla que habita en el salón, aquella que soporta todas las
intenciones. En ella reposo ante los cuadernos marrones, la que está frente al
cuadro de Galdós. Cuando la cadera se acostumbra a la estancia existe el esfuerzo
de poder levantarnos. Así, apoyado en los brazos del sillón, tomo un impulso
verdadero. Ha cedido el izquierdo por segunda vez.
Llevé el sillón al
carpintero de Aznalcázar, lo arregló con esmero y cariño. Pero se ha vuelto a
romper.
Aquí sentado con
Valle-Inclán y Platón. Sócrates corre por el salón. Intento ser agua, aire,
luz. Mientras algunos caminan hacia lo superfluo, alimentando su propia
vanidad, me conformo con poco: un paquete de cigarros, cuadernos y un arreglo
urgente al brazo de la silla.
Suelo hacer lo contrario de
aquello que me indican, lo opuesto de lo que observo y lo diferente de lo que se
conjuga en el sentido común. Los actos, vuelven los actos con los desvíos
implícitos. Como una foto que se ilumina al paso de los no sinceros.
El poeta muere para ser
poeta. Dejar de ser para ser de manera indudable. Pero no te preocupes, lo
imposible es un consejo que suele pedir el cobarde a la ignorancia. Y lo hace
sin respuesta. El hecho de solicitar agranda el ego.
Antes veía dos caminos, la
izquierda y la derecha. Eran reales, verdaderos. Ahora, a mi paso, el centro
indudable es la única presencia, como una aparición. Existirán otros, pero no
los encuentro.
Me aparto de todo lo
oficial, aquello que viene impuesto y premeditado. Es algo forzado, sin vida,
sin imaginación. Lo real es artificial y viceversa. Busco en la vida el ruido
fugaz que emite el cigarrillo al morir en el cenicero de agua. Odio los
despropósitos: el humo, el amor y la religión.