lunes, 11 de marzo de 2013

Los despropósitos




SE ha vuelto a romper el brazo de la silla que habita en el salón, aquella que soporta todas las intenciones. En ella reposo ante los cuadernos marrones, la que está frente al cuadro de Galdós. Cuando la cadera se acostumbra a la estancia existe el esfuerzo de poder levantarnos. Así, apoyado en los brazos del sillón, tomo un impulso verdadero. Ha cedido el izquierdo por segunda vez.

Llevé el sillón al carpintero de Aznalcázar, lo arregló con esmero y cariño. Pero se ha vuelto a romper.

Aquí sentado con Valle-Inclán y Platón. Sócrates corre por el salón. Intento ser agua, aire, luz. Mientras algunos caminan hacia lo superfluo, alimentando su propia vanidad, me conformo con poco: un paquete de cigarros, cuadernos y un arreglo urgente al brazo de la silla.

Suelo hacer lo contrario de aquello que me indican, lo opuesto de lo que observo y lo diferente de lo que se conjuga en el sentido común. Los actos, vuelven los actos con los desvíos implícitos. Como una foto que se ilumina al paso de los no sinceros.

El poeta muere para ser poeta. Dejar de ser para ser de manera indudable. Pero no te preocupes, lo imposible es un consejo que suele pedir el cobarde a la ignorancia. Y lo hace sin respuesta. El hecho de solicitar agranda el ego.

Antes veía dos caminos, la izquierda y la derecha. Eran reales, verdaderos. Ahora, a mi paso, el centro indudable es la única presencia, como una aparición. Existirán otros, pero no los encuentro.

Me aparto de todo lo oficial, aquello que viene impuesto y premeditado. Es algo forzado, sin vida, sin imaginación. Lo real es artificial y viceversa. Busco en la vida el ruido fugaz que emite el cigarrillo al morir en el cenicero de agua. Odio los despropósitos: el humo, el amor y la religión.