viernes, 29 de marzo de 2013

Nadie




HUBO un poeta que acertó en la respuesta. La hormiga llamó al zorro blanco, aquel que bebe agua cada mañana en el pilón, para que adentrara al ciudadano en el centro. Entonces el lírico se negó a entrar. La hormiga y la araña trataron de convencerlo con argumentos sólidos, pero no deseaba lo indudable.

Volvieron a llamarme para que intercediera. Desde el espejo que tiene el marco verde observaba la incertidumbre. No quise librar a nadie del mal, tampoco del bien. La justicia es un acto que comienza en domingo y hoy es lunes.

El poeta indicó a la hormiga, a la araña, al zorro y a todos los animales que se agolpaban a la entrada del laberinto, que no deseaba dejar de ser. Comprendía que para ser había que dejar de ser, y no un tiempo sino una eternidad. Pero él prefería vivir como hasta ahora, con su entorno, su mundo y sus insinuaciones.

La araña se marchó junto al árbol de dios. Llegó cansada a través de las encinas. Realizó unas consultas y aguardó para tomar fuerzas antes de regresar junto a la hormiga.

La araña preguntó al poeta: ¿Mundo o vida? El poeta respondió: ¡Mundo! La hormiga interrogó: ¿Mundo o poesía? Y el poeta indicó de nuevo: ¡Mundo!

El poeta poseía tono, y ritmo, y cadencia, y armonía. Pero a diferencia de Séneca odiaba la virtud.

Después de cincuenta años la hormiga y la araña proseguían a la entrada del centro indudable. Al poeta no lo recordaba nadie.