Ahora desespero. Si me llaman
no respondo. No deseo nada ni quiero nada. Tengo bastante con la misma
integridad del acto, con su desesperación.
Comienzas a bailar a mi lado
pero no me convences. Es la justificación. Una mentira más de las que otorgan
los siniestros. Escúchame dos veces, en este mismo instante, y cámbiate de ropa.
No lo dudes ni por la amistad ni por la enemistad.
Las quinientas estirpes
crearon a los seres humanos a su imagen y semejanza. Y salvo el número 13 y
algún otro indolente, el amor por la poesía verdadera escasea entre los
mortales. Casi todos los días leo un libro y respondo que no me interesa. Ahora
tengo muchos enemigos. La verdad y la ausencia de virtud son hechos
incompatibles. El gato se come al pájaro y nunca hace bien la digestión.
La vulgaridad del ser humano
es el reflejo en el espejo de los propios indolentes. Miran, observan, no
hablan. Musitan bajito para alimentar con pienso su ignorancia.
Llueve. Caen unas gotas que
apagan el cigarro y moja los cabellos. Siento un escalofrío en la espalda. Hablar
de poesía auténtica pasa a ser una dificultad. Lo de hoy no me convence.
Nadie se porta bien con los
objetivos. Los siniestros abundan, los no poetas vuelven, nadie baila. He dejado
la botella vacía en el porche, el libro de Epicteto junto al de Yeats. Nadie baila,
tampoco lo hacen los indolentes.