El gato negro apareció esta
mañana con media cola. No sé si tuvo un accidente o un enfrentamiento, lo
cierto es que su larga y gruesa cola negra estaba cortada y no era el mismo.
Por más que intente pasarla por mi pierna retrocedo un poco y evito el roce. Se
acabaron los sobresaltos, las inclinaciones, aquellos escalofríos que decían
terminar con la veracidad.
La encina que tiene la parra
de adorno ha muerto. Todas las ramas secas, las hojas marrones y la vida en el
suelo. Se ha muerto la encina de la parra, la que posee babas en demasía. Lo
considero un robo, casi una leyenda.
A pesar de la muerte de esa
encina las otras comienzan a dejar caer bellotas en el suelo, son bellotas
pequeñas, bellotas minúsculas. Los pájaros, el viento o la fuerza y su
ausencia hacen que caigan.
He visto huellas en el
porche esta mañana, eran huellas de pies descalzos. Lo comprobé esta mañana.
Era muy temprano. Me asusté al observarlas y me sobresalté al pisarlas. Debió
ser un pie muy similar al mío. O tal vez en la noche salí sin entenderlo a pisar la húmeda fuente de la
soledad. Los ladrones no madrugan, o no se acuestan o llegan tarde.
Hay tierra en la base del
tronco de la encina muerta. Creía que eran hormigas pero resultó un gusano
violento que aprovecha la debilidad para robar la vida.
Miénteme. Hazme sentir sin
miedo en esas despedidas que tocan los ojos.
Me preguntas por algo que
destruyo y es tu vida. Ni deseo ni quiero, tampoco poseo, solo habito la más
oscura de las asimetrías.