domingo, 8 de septiembre de 2013

Todo es vocabulario




Pregunto a Saúl si el contrato lo modifica alguien. No recordaba las fechas que aparecen y al leerlas me estremezco. Saúl mueve la cabeza de izquierda a derecha, una vez y otra vez.

El grado de aceptación que posee el alma (pájaro) en el momento de la firma del contrato es inexplicable. La aceptación se convierte en gracia, en indolencia.

Ahora debo reconocer que nunca hubiera rubricado como pájaro a este gato. Expulso todo el fuego por los dedos pero el papel no arde, ni siquiera se arruga. Permanece firme sobre la piel del mundo.

Indico a Saúl que el alma no presiente los males, ni las definiciones. Que su fórmula existe como figuran las letras doradas en los libros de piel encuadernados de azul. Acaricio las piedras. He tomado la blanca y la negra. Hago que choquen y ese sonido se repite en la cabeza. Es algo permanente, como las fechas.

Araño los días, los meses, los años. Todo es firme y siniestro, todo es vocabulario, una primera vez que olvidas por aceptar al gato, observar como el felino se alimenta del débil gorrión en la rama de encima. Las manos siguen ardiendo.

No recuerdas, borran de tu interior la sabiduría y la ética. Nueva alma pura y limpia, como los versos de Bécquer. Un indolente te acerca un contrato que ya viene firmado y aceptas. Lo haces sin rechistar, por complacer a los superiores.

Corro hacia el mar. Molesta la cadera. Tardo una eternidad en conseguir un destino incierto pero llego. Respiro. Canto. Bailo. Por complacer a mis superiores soy capaz de tumbarme boca arriba.