Nadie podrá ceder. Nadie
podrá creer. Nada me inspirará. Me despido de todos los indolentes y de todas
las personas. Alejo al gato y al pájaro. Considero que he hecho el imbécil con
la errónea compañía, en la contemplación de la misma naturaleza que a nuestros
ojos apenas se desvela.
Enciendo y apago la luz. El
reflejo deja ver a los insectos junto a la pantalla de la lámpara. Hay bellotas
en el suelo del porche, bellotas por todas partes.
Se marchó el gato. No ha
vuelto a aparecer. En cambio si un pájaro canta y se posa con descanso en
alguna encina, le disparo y cae fulminado en el césped. Deseo matarlos a todos.
Los vivos y los muertos. Incluso disparo a aquellos que ya han caído inertes.
No merece la pena esta vida,
ni el contrato, las amistades son falsas, la familia es un gran error, consecuencia
de nuestro propio fallo. Las amistades fabrican afinidad y despecho. Dejó de
existir el respeto, y las insinuaciones.
Márchate. No se te ocurra
quedarte en absoluto.
Ha caído un sapo en la
piscina. Lo tomo con las manos y lo arrojo al skimmer. Pongo allí otra pastilla de cloro y muere. Se retuerce
mientras agoniza. Viene Saúl y soy violento con él. Lo expulso de casa. Le
arrojo todos los libros de la estantería amarilla. La dejo vacía y desnuda.
Nada ni nadie me inspira. Este mundo que corre no es el mío.