Los indolentes número 666 y 999 no existen. O lo que es lo mismo,
ambos son el número 9. Y a su vez 666 y 999 son reflejos del espejo, aquel que
posee un marco verde.
Hay indolentes que pasan desapercibidos, son muchos. Simplemente están
y son, pero no justifican sus actos ni enumeran sus proporciones.
Recuerdo un verso de Parra, de sus artefactos:
Por complacer a mis superiores. Me
recuerda a la poesía que se escribe en estos momentos, a la crítica que se hace
en estos momentos. Todo es para complacer a ellos, nunca para alimentar a la
literatura. Donde no hay literatura no existe la justificación.
Dudo de todo aquello que existe y no puedo tocar, oler, mirar,
escuchar o comer. Absolutamente de todo. Y en sobremanera de cuantos enojan su
presencia en las irrealidades. Justifican sus actos en un enfado ínfimo que
desprende miseria. Los siniestros son miserables, limitados y ajenos a la
literatura, que es vida.
Mi madre me ha mandado hoy dos mensajes desde un número oculto. No
tienen desperdicio. Los he copiado y los he llevado a la nube indicando la
fecha del envío. He llamado al indolente número 10, aquel que da fe de los
actos, para que corrobore.
Le he respondido con otro mensaje y ha venido de vuelta. Lo he
remitido a Loreto y han preguntado ¿Quién eres?
La poesía es una antorcha que siempre arde, el componente encantador
de la vida, la intuición sobrecogedora de la razón de la palabra, la verdad. La
poesía es la verdad.
Cuando sueñas, siempre te encuentras al indolente número 2, la
irrealidad. Pero el sueño no se puede oler, ni tocar, ni ver, ni escuchar, ni
comer.
Ajeno al amor, deseo a la mansedumbre, a la armonía, a la verdad que
viene encima de una nube. Hoy el gato negro se ha comido tres almas. Engordará
bastante.